Me gusta Philip Larkin, entre otras razones, porque no idealiza la infancia perdida. Porque sabe que ahí también hubo dolores, ruido, oscuridad. A esa manera escéptica de ser nostálgico la tituló, en uno de sus libros, El engaño menor. Otro poemario suyo, Ventanas altas, acaba de ser publicado por la editorial argentina Gog y Magog en versión del extraordinario Marcelo Cohen. A Larkin cualquier pasado le parece íntimamente sospechoso. Leo: «Me pregunto si/ cuarenta años atrás, mirándome, alguien/ habrá pensado: Eso es vida». ¿Eso es envejecer?, me pregunto leyendo. Eso es poesía.