Mientras desciende la escalera mecánica, quieto y en movimiento, contemplo desde arriba la estación de Atocha. Su multitud en tránsito. Su vegetación interior. Todo parece en orden, o en armónico desorden. Hay algo de la música de las esferas en este ir y venir. La vida es un trajín de direcciones. Pero toda esta gente, todo lo que llamamos realidad, podría desintegrarse en un instante. No consigo pisar esta estación sin pensar en el atentado. Ha quedado algo en el aire. Un eco expandiéndose. Una inminencia retrospectiva. Como si cada mañana la catástrofe estuviera a punto de suceder. Más que un recuerdo, es un rebobinado. La escalera llega a la planta baja. Pongo un pie en este suelo.