29 de octubre de 2013

Fraseo y certeza

Uno no sabe bien si la nueva novela de Juan Gabriel Vásquez, una novela breve para su costumbre y extrañamente lírica para esa prosa exacta, filosa, de geómetra, será superior o sólo distinta a sus entregas anteriores, todas ellas admirables, todas ellas lecciones de arquitectura narrativa, pero leyendo Las reputaciones uno se atrevería a sostener, con sintaxis más bien suya, siempre sólida y sinuosa, capaz de desplegar las articulaciones de la frase como se estira un brazo o se dobla una rodilla, que la escritura de Vásquez ha alcanzado una maestría insólita, un estilo que cubre al mismo tiempo las funciones de la improvisación poética y del artefacto estructural, distribuyendo con puntería cada acontecimiento y deteniéndose en detalles que revelan vidas, uno se atrevería a afirmar eso y más, porque también se trata de una tensa parábola sobre los recovecos de la libertad de expresión, sobre los mecanismos de ese monstruo parlante que llamamos opinión pública, hasta que uno se encuentra, por ejemplo, con el pasaje en que el protagonista de la novela, el caricaturista bogotano Javier Mallarino, siente celos del envejecimiento del cuerpo de su ex mujer, celos de las estrías de sus caderas y las sombras de sus nalgas, «porque las sombras y las estrías no eran sombras y estrías, sino mensajeros de todo lo que había sucedido en su ausencia: todo lo que Mallarino se había perdido», y entonces uno siente que el cuerpo de la escritura y el alma de la observación a veces pueden, cuando la experiencia eleva el talento igual que el tiempo madura la belleza, coincidir en una misma historia, un mismo autor, en el aplauso de dos manos que cierran un libro para abrir otra puerta. 

14 de octubre de 2013

La teta y el patriarca (y 2)

Se podría argumentar que desnudarse públicamente no es más que otra manera de reproducir la objetualización de la mujer. Ante esta objeción, en una entrevista reciente, la líder de Femen en España respondió: «la diferencia radica en que eliges cuándo enseñar tu cuerpo para molestar. Tengo el control sobre él y lo muestro como pancarta». En otras palabras, existe una diferencia fundamental entre aceptarse como objeto sexual cuando el patriarcado lo ordena, y mostrar el cuerpo propio de manera estridente cuando el patriarcado preferiría el silencio. Las activistas están en su perfecto derecho de mostrar sus cuerpos para molestar al poder, aunque sería preferible que los mostrasen para hacernos pensar a los ciudadanos. Por lo demás, la líder española de Femen estudió en un colegio de monjas y recibió esa educación escolar religiosa que tanto desearía propagar el actual Gobierno. Resulta difícil omitir que las tres mujeres que irrumpieron en el Congreso (como suele ocurrir en las intervenciones de esta agrupación) eran jóvenes, delgadas y más bien atractivas. Si se trata de un movimiento de protesta con cierta vocación representativa, no estaría de más que incorporasen en sus acciones a mujeres con cuerpos más corrientes y menos cercanos a la iconografía publicitaria. Ahora bien, ante esto también cabe otra respuesta, la que dio en su facebook la escritora Elvira Navarro: «se suele acusar a Femen de reproducir estereotipos patriarcales, pero este movimiento también puede leerse como una forma de deshacerlos: de repente unas tías que parecen salidas de un anuncio de champú no hacen lo que se espera de ellas, que es limitarse a gustar». Si tres simples desnudos nos dan para tanto debate, contradicciones y contrarréplicas, entonces estamos ante algo mucho más profundo que una mera agitación. Por lo demás, mientras las tetas de Femen provocan el repudio del patriarca Gallardón, la Comunidad Autónoma que él mismo presidió ha paralizado los diagnósticos precoces del cáncer de mama a 30.000 mujeres, en un miserable intento de reducir costes. Esa es la diferencia entre ir por ahí señalando con el dedo a unas mujeres, y que unas mujeres metan el dedo en nuestras llagas.

11 de octubre de 2013

La teta y el patriarca (1)

Tres jóvenes activistas de Femen dejaron al descubierto sus ideas, su cuerpo y nuestras contradicciones al irrumpir en el Congreso. Al igual que sucede con el arte performático, lo más interesante de su intervención no es tanto la obra en sí como la ola de reacciones e interpretaciones que genera. Al margen de su puesta en escena, la iniciativa ha cumplido su objetivo: provocar un debate tan urgente y radical como las medidas machistas de Gallardón. La respuesta del PP ha sido previsible y plana, adjetivos que encajan con sus siglas. Varias diputadas del partido han descalificado la actuación de Femen, haciendo un superficial énfasis en los desnudos y evitando opinar sobre el fondo de su protesta o la reforma legal que encabeza el ministro. Muchos pensarán, y tendrán razón, que aparecer desnudas en el Parlamento no es una medida de buen gusto. Tampoco lo es dejarnos en pelotas con las decisiones que allí se toman por mayoría simple. El señor Gallardón, procreador general, se apresuró a comentar que la protesta constituye una «falta de respeto a la soberanía popular». Si tanto le preocupa la soberanía popular, lo coherente sería convocar un referéndum acerca de sus propuestas, que hacen retroceder a España 30 años en la conquista del derecho de las mujeres a decidir cuándo y cómo han de ser madres, en lugar de ser sujetos pasivos de la biología y, para colmo, de gobernantes conservadores como él. Ahora bien: como mucha otra gente, ante la protesta de Femen he sentido una mezcla de simpatía por la causa y objeciones hacia la forma. Lo más discutible es quizás el eslogan que esgrimieron las activistas: «El aborto es sagrado». Antes de lanzarse a juzgarlo literalmente, como intentaron hacer interesadamente el ministro y sus obedientes parlamentarias, puntualicemos que la mención de lo sagrado parece trabajar aquí en una doble dirección. En primer lugar, invierte el tópico que suele funcionar como lema antiabortista: si el derecho a la vida es sagrado, el derecho a la libertad individual también. En segundo lugar, denuncia las intrusiones de la moral religiosa en la legislación civil. Incluso para discrepar del eslogan, convendría tener en cuenta estos matices. Dicho lo cual, personalmente sigue pareciéndome erróneo: no es que el aborto sea un derecho sagrado. Es que precisamente la sacralización de ciertos conceptos terrenales y profundamente ligados a la ideología (la familia, los roles de género, el sexo, la libertad individual) nos impide debatirlos desde la racionalidad ciudadana.

3 de octubre de 2013

Narrador torcido


© Daniel Mordzinski

Si el tamaño es cuestión de perspectiva, ¿la perspectiva en qué se apoya? La línea recta opera como un énfasis: le da raíl al discurso. Subraya una intención y disimula sus fracasos. La línea irregular, en cambio, esa que trepa, duda terrenalmente, se dobla y termina cayendo, registra a la manera de un sismógrafo cada intento interrumpido, cada opinión que muda. Un narrador mira el paisaje como el posible borrador de una escena que lo contiene. Escucha lo que dijeron otros hace miles de páginas, relee el viento sur, desconfía de la red del cielo, deja un hueco a su izquierda por si alguien contesta. Y se pone a sí mismo finalmente en perspectiva: un testigo minúsculo cuya desproporción está en la altura de su vértigo.


[Nueva pieza del proyecto fotográfico-poético Cuerpos extraños, en colaboración con Daniel Mordzinski. En la imagen, Sergio Ramírez. Otras entregas, aquí: Alberto Barrera TyszkaPola Oloixarac y autorretrato.]