29 de mayo de 2013

Lugar

Después de una jornada de trabajo en una ciudad extranjera, en vez de regresar a mi provisional refugio, en lugar de volver a mi lugar, me sorprendo haciendo algo sigilosamente anómalo: me dirijo a otro hotel cercano al hotel donde me alojo, ceno con demora y me quedo leyendo en el lobby hasta muy tarde. Como mi comportamiento resulta absurdamente natural, nadie hace preguntas. Me dan las buenas noches y hasta me ofrecen té. Por un instante siento una desdibujada euforia que se parece al extravío, un extravío que se parece a la levedad. Intuyo entonces cierta lógica en este minúsculo desplazamiento. Como en una cadena migratoria, acabo de convertir mi anterior hotel en mi casa, y el siguiente hotel en un hotel. Quizá la hostelería sea eso: una mudanza de la perspectiva. La edificación de una distancia con respecto al hogar. Hay una especie de patria en la huida. Al final de esa huida, ahí, cruzando la frontera de sí mismo, alguien desnudo se da la bienvenida.

24 de mayo de 2013

El aguijón

Relacionarse con otros idiomas tiene cuando menos dos grandes utilidades. Una es comunicativa: entenderse con otros, multiplicar nuestra conversación con la realidad. La otra es introspectiva: cuestionar el habla materna. Desde una gramática lejana, es posible visualizar la potencial extranjería de la identidad propia. Asisto en Londres a una charla del traductor inglés de Ismail Kadare. Escuchándolo aprendo que la lengua albanesa tiene dos verbos distintos para morir. Uno se emplea para los animales en general. El otro se reserva exclusivamente para los seres humanos y las abejas. Me pregunto qué metáfora revolotea en semejante asociación. El aguijón, aquello que le otorga identidad a la abeja, es también su parte más mortal. La abeja sólo puede penetrar una vez el otro lado. Agónica, se realiza extinguiéndose. Debe de ser extraño ese último instante de su vuelo, cuando lo natural, lo más nativo en ella, se convierte en máxima distancia. La muerte es un idioma puntiagudo. Cuando aprende a hablarlo, su hablante queda en silencio.

20 de mayo de 2013

Another brick in the wall, 2

Durante la última movilización docente en España, asistimos a una guerra estadística que empieza a convertirse en táctica global. Como la información se propaga más rápido que el análisis, una mentira temprana produce el mismo efecto que un dato comprobado. Para los convocantes, la adhesión superó el 70 por ciento. Según el Ministerio de Educación, que acaba de impulsar la siniestra reforma educativa, el seguimiento alcanzó apenas un 20 por ciento. Los datos oficiales sobre la huelga general del año pasado aplicaron parecidas ecuaciones reductoras, y llegaron a retirarle un cero a cada manifestación. Estas alteraciones tienen más importancia de lo que parece. El número de personas que secunda una movilización supone una estadística políticamente tan significativa (y tan sujeta a estados de ánimo) como la cantidad de sufragios en una urna. ¿Qué pasaría si afirmáramos, por ejemplo, que en las últimas elecciones el PP no sumó diez millones de votos, sino sólo un millón? ¿O que, en vez de 186 diputados, en realidad obtuvo 18 o 19? Manipular las cifras de las iniciativas ciudadanas causa un daño igual de grave a la representatividad democrática. Claro que hay quien pretende limitar la democracia a votar y callar. No les demos el gusto.

17 de mayo de 2013

Another brick in the wall, 1

Hace tres décadas tenía sentido entusiasmarse entonando The Wall, irresistible himno que merecería una relectura histórica. El mantra «¡Eh, profesores, dejen en paz a los chicos!» suena lejanísimo, por no decir trágicamente cómico. Desde el presente resulta difícil interpretar «No necesitamos educación, no necesitamos control del pensamiento» como otra cosa que una contradicción en los términos. Quizás hoy el abuelo Waters susurraría en alguna manifestación por la educación pública: «Profes, porfa, no dejen solos a nuestros chicos». Mientras tanto, al otro lado del aula, avanza la trituradora de ladrillos.

13 de mayo de 2013

Cirugía y secuestro

Más allá de los datos que sobresaltan diariamente a Grecia, Portugal, España o Italia, existe un problema de fondo: la absoluta falta de correspondencia entre las medidas y sus efectos. Ese es quizás el núcleo de la desesperanza. Si los devastadores recortes no mejoran las cifras, ¿qué sentido tiene seguir aplicándolos? La situación se parece cada vez más a un grupo de cirujanos dementes operando de urgencia a un cuerpo y midiendo los signos vitales en otro. En un atinado artículo, el filósofo Germán Cano se refiere al «secuestro tecnocrático» que paraliza a la sociedad europea. Secuestrar con bonos de deuda es lamentable. Financiar a tus secuestradores es incluso peor.

9 de mayo de 2013

Otra canción de luna


Dos, tres, cuatro
De todas formas el amor no se parece
para nada a la luna. Qué pesada,
la luna. Esa pasivo-agresiva
con un vestido caro. La misma que te topas
enfrente de tu puerta, a las 3 de la mañana,
lloriqueando, con 
«ganas de que hablemos».
La luna es problemática. No es capaz de apagarse, 
la princesa con bótox que en privado
adora hacer de loca de las fiestas.
¡Con cuánta indiferencia alborota la sangre
de su pecho y cojea descalza por la casa,
fumando! Después corta a mamá en pedacitos
con un hacha. La pobre chica ha estado

todo el día muriéndose de hambre, 
o bebiendo de más, o arañándose
la cara. Y va a sobrevivirnos
a todos, puta fresca,
nos va a sobrevivir a todos…
Y uno.


("Another moon song", poema original de Tiffany Atkinson. De su libro Catulla Et Al, Bloodaxe Books, 2011. Traducción de Andrés Neuman.)

6 de mayo de 2013

Contra la salvación

En su Manual de infractores, Caballero Bonald mira al cielo del suelo y anota: «Emigra la verdad como las aves». Menos atento a estas incertidumbres, el señor Wert, ministro -por así decirlo- de Cultura, declaró durante la entrega del Premio Cervantes que la poesía del autor nos «redime, salva y libera». Hay que tener talento, no sé muy bien de qué clase, para elogiar tan mal. Si algo logra la palabra poética en general, y la del premiado en particular, es minuciosamente lo contrario. Incomodar, implicar, sacudir. A algunos se les nota la ideología hasta cuando felicitan. Un poeta, a diferencia de un sacerdote, rara vez pretende salvarse. Más bien quiere entender por qué no hay salvación. Anticipándose al ministro, Caballero Bonald dejó dicho en Las horas muertas: «Juntas están mentiras y verdades/ en la contestación de cada día».


2 de mayo de 2013

El muro invisible

La desocupación es la primera tragedia. La degradación del trabajo, la segunda. En su afán por despedir a unos y precarizar a otros, la patronal y el Gobierno atentan contra el principio que permite que funcione todo el sistema, incluyendo la explotación misma: la recompensa al esfuerzo. Si a mayor esfuerzo no hay mejores resultados, la lógica laboral entera se viene abajo. Por eso no se está destruyendo empleo: se está destruyendo a los trabajadores. Cantó Pavese que trabajar cansa. Pero mucho más agota no encontrar trabajo. Es penoso haber llegado al punto de que el ciudadano medio esté deseando ser explotado, tener al menos la ocasión de someterse a un régimen injusto. Hemos vuelto al siglo 19 en plena era digital. Vivimos en dos siglos al mismo tiempo. Parecemos atrapados en una novela proletaria de HG Wells, donde la ciencia ficción es un contrato. Al escritor alemán Ingo Schulze, nacido al otro lado del Muro, le preguntaron una vez si lamentaba la extinción de su país natal. Schulze respondió que no le preocupaba la desaparición del Este sino la del Oeste, ya que que conceptos como libertad o democracia empezaban a convertirse en una entelequia. Ese muro invisible, ¿cómo se derriba?