30 de enero de 2012

El aforista implícito

Debajo de una prosa abundante y elocuente puede afilarse otra sentenciosa y sinóptica, igual que las pequeñas y redondas oraciones subordinadas se alojan en el tejido de una frase compleja. El aforismo no es solamente una forma de escribir, sino también una estrategia de lectura. Cada lector que subraya atentamente un libro se aproxima a su instrumental sintáctico, a su síntesis conceptual, postulándose como aforista implícito.

26 de enero de 2012

Yo no fui

Polanski ha refutado su película anterior. The Ghost Writer destacaba por la exuberancia fotográfica, el esmero en las localizaciones y la atención a los personajes secundarios. Virtudes que intentaban sobreponerse al guion, víctima del previsible thriller que adaptaba, con un final que era como para masticar aspirinas. Proponiendo lo contrario, Carnage adapta una obra de teatro discursivo. Sus protagonistas permanecen recluidos en el buñuelesco apartamento donde discuten. La acción es inmóvil. Y sin embargo divertidísima. La perfección de los diálogos se debe a la siempre inteligente y reaccionaria Yasmina Reza, cuyas argumentaciones huelen a Houellebecq. La conclusión parece obedecer un opresivo axioma de la literatura actual: todo lo que no sea escéptico caerá en el ridículo, toda postura no cínica sonará pretenciosa. De este modo, cualquier reflexión ética queda señalada como ejercicio absurdo. Tienta conjeturar por qué a Polanski le interesó una pieza que gira en torno a la agresión a un niño. La pregunta de fondo es quién tuvo realmente la responsabilidad. La respuesta de la película resulta tan ambigua como la situación judicial de su creador: la culpa fue de todos, o de nadie, o de la naturaleza. Tres respuestas que coinciden en la tranquilizadora absolución del individuo.

23 de enero de 2012

Descargar, tirar

Mientras el mundo más o menos rico (ese que mantiene teléfonos, portátiles y banda ancha en la mayoría de hogares) se escandalizaba por el cierre de un portal cuyo fundador se hizo repentinamente millonario, y entre cuyas costumbres figuraban la especulación financiera, la colección de coches o el alquiler de modelos para pasearse en yate, otra noticia pasaba el mismo día casi desapercibida: Europa desperdicia un tercio de lo que come. Se calcula que cada ciudadano, presumible internauta, tira al año cerca de 200 kilos de alimentos en perfecto estado. El mismo estudio denuncia la prohibición de la venta de alimentos por debajo del precio de coste, impidiendo que los comerciantes, al final de la jornada, puedan ofrecer sus últimos productos frescos antes de tirarlos a la basura. En otras palabras: la ley prohíbe que la comida (incluso aquella que nadie ha querido o podido comprar antes) sea demasiado barata. Resulta sintomático que, en las insistentes reivindicaciones de la gratuidad de los contenidos digitales (aunque no de los soportes), ni siquiera se haya considerado la gratuidad de los alimentos básicos. Quizá sea porque, mientras nos descargábamos los archivos que no pagábamos, tirábamos la comida que ya habíamos pagado.

20 de enero de 2012

Tres monstruosas

Hasta que me topé con un artículo de Mariana Enríquez, brillante autora de Los peligros de fumar en la cama, nunca había entendido muy bien dónde residía la fascinación por ese cúmulo de exhibicionismos llamado Lady Gagá. Gracias a una observadora literaria, sin embargo, puedo leer de otra manera el personaje, sus intertextualidades visuales y su situación de género: «difícil aprehender a alguien que es raro, especialmente a una mujer, más aún a una mujer que es joven pero no es bella». Tanto Mariana Enríquez como Guadalupe Nettel me han parecido siempre delicadas analistas de lo monstruoso. Doble monstruosidad, la suya: consiguen ser poéticas, leves, matizadas a la hora de mirar lo horrible, lo oscuro, lo radical. De la narrativa de Enríquez, que piensa el gótico desde la periferia y viceversa, admiro su capacidad para atormentarnos sin clichés. Tormento y pureza suelen ser dos comodidades de la literatura barata. Tranquilizan. Dan permiso para condenar o salvar, que son las dos caras del simplismo moral. En cambio todo lo que dice y mira Enríquez –como Nettel en los cuentos de Pétalos y otras historias incómodas está estudiadamente pervertido. Acaso cualquier perversión consista en eso: en la elaboración estética de lo visceral.

16 de enero de 2012

Adherida

Cuando se muere alguien con quien te has acostado, dudas de su cuerpo y del tuyo. El cuerpo tocado se retira de la hipótesis del reencuentro, se vuelve inverificable, pudo no existir. Tu propio cuerpo pierde materialidad. Los músculos se cargan de vapor. Desconocen qué apretaron. Cuando se muere alguien con quien has dormido, no vuelves a dormir de la misma manera. Tu cuerpo ya no se suelta del todo en la cama, se abre de brazos y piernas como al borde de un pozo, evitando la caída. Intenta despertarse más temprano, comprobar que al menos se posee a sí mismo. Cuando se muere alguien con quien te has acostado, las caricias que hiciste sobre ese cuerpo cambian de dirección. Pasan de presencia revivida a experiencia póstuma. Imaginar ahora esa piel tiene algo de salvación y algo de violación del tiempo. De necrofilia a posteriori. La belleza que alguna vez estuvo con nosotros se nos queda adherida. También su temor. También su daño.

13 de enero de 2012

Tenían veinte años y sabían más que muchos (y 3)

A lo largo de mi larga veintena recibí ingentes dosis de paternalismo, cuando no groseras hostilidades, basadas en el prejuicio de la edad. Pero tan estúpida es la sobrevaloración de la juventud como la mitología de la madurez. De hecho, una se alimenta de la otra. Por eso he leído con admiración la antología Tenían veinte años y estaban locos. Podrán interesarnos unos poetas más que otros, podrán parecernos estos mejores que aquellos. Pero todos irrumpen, buscan y están vivos. Disfruté especialmente con Alberto Acerete, Cristian Alcaraz, Bárbara Butragueño, Laura Casielles, David Leo García, Berta García Faet, María M. Bautista, Raúl E. Narbón, Eba Reiro, Ángel de la Torre. También me gustan otros poetas de su generación, como Pablo López Carballo, Pablo Fidalgo, Natalia Litvinova, Elena Medel, Rodrigo Olay, Alba González Sanz, Sara Torres R. de Castro o Javier Vicedo. Quien los lea será afortunado. «Deberían vivir antes de escribir», gruñen sus mayores, «no tienen experiencia». Hay que tener muy poca confianza en la literatura para no comprender que la escritura produce experiencias de vida. No pasa nada, queridos obsolescentes, por leer a adolescentes. A lo mejor, ¡Arturito el francés nos libre!, hasta aprendemos algo.

11 de enero de 2012

Tenían veinte años y sabían más que muchos (2)

Hablábamos de los entusiamos y riesgos de la generación 80-90. Hablemos de los cascarrabias de las generaciones anteriores. Incluida la mía, que no sabe si aún es joven o teme dejar de serlo. ¡Ay, las poetas veinteañeras que saben pensar y pintarse los labios! Nos molesta que sean guapas, nos aburre que no lo sean. ¡Ay, los escritores veinteañeros que leen filosofía y frecuentan facebook! Nos irrita que sean estudiosos, nos ofende que no lo sean. Recuerdo aquel artículo sobre nuevos autores, editores y críticos. Recuerdo haber pensado ante las insidias que generó: cómo desearíamos haber sido los últimos jóvenes. Cómo nos gustaría que la historia se detuviera en nosotros. Las canas no se eligen, pero la caspa se merece. ¿No denunciábamos los intereses de los grandes grupos mediáticos? Pues ahora los jóvenes crean sus propios medios prescindiendo de intermediarios. ¿No criticábamos la verticalidad del sistema de legitimación? Pues ahora ellos eluden horizontalmente esa oligarquía. ¿No lamentábamos lo tarde que se emancipan los jóvenes? Pues por eso publican pronto: porque quieren salir de casa. ¿No nos preocupaba el desempleo juvenil? Pues por eso pasan horas asociándose y construyendo discursos en la red. No nos pedirán limosna. Esa es su riqueza.

9 de enero de 2012

Tenían veinte años y sabían más que muchos (1)

Pienso en casos como el de Luna Miguel, agitadora poética, poeta agitada, joven estelar y estrella joven, a quien apenas he visto en mi vida. Síntesis de las virtudes y torpezas de su edad, que también fue (no disimulemos) la nuestra. Precoz en sus lecturas, reconocimientos y padecimientos públicos, su trayectoria tiene algo de laboratorio generacional. Más de un nuevo poeta he descubierto gracias a su blog. Y más de una vez he tenido la certeza de que, por encima de cándidas escatologías, en su escritura hay talento. Ritmo sensible. Cosquilleo sintáctico. No es poco para quien podría ser hija (o nieta) de bastantes de sus detractores. Lo afirmo ahora, antes de que semejante vocación cristalice en un libro importante, porque es precisamente ahora cuando vale la pena hacerlo. Acaso se equivoque convirtiendo una cara en una bandera, facilitando innecesaria (¿inseguramente?) que la imagen personal fagocite su genuina capacidad literaria. La cuestión es: ¿y qué? Los puritanos que censuran el uso de la apariencia física, que insisten en condenar tal reportaje o no sé qué fotito de una cadera, ¿no incurren fatalmente en la superficialidad que denuncian? Cada escritor vale lo que lee y escribe. Sus críticos, aquello en que se fijan.

5 de enero de 2012

Lo entreabierto

La complejidad poética suele asociarse a la retórica. Como si el claroscuro operase por acumulación. Entre los méritos de Tranströmer, premio Nobel pese a merecerlo, está la refutación de ese prejuicio. Tranströmer accede al misterio por eliminación. Su poesía prescinde del contexto, del énfasis y hasta de él mismo. En este poema, recogido en El cielo a medio hacer, bastan tres puertas con diferentes luces:
Abro la primera puerta.
Es una gran habitación soleada.
Un camión pasa por la calle
y hace vibrar la porcelana.
Ese ruido exterior, ese temblor interior, ocurren simultáneamente. Y apenas requieren la aparición del poeta, bisagra entre ambos.
Abro la puerta número dos.
¡Amigos! Vosotros bebisteis la oscuridad
y os hicisteis visibles.
¡Beber oscuridad para alcanzar la visibilidad! He ahí toda una poética, que se dirige a la claridad pasando por la penumbra.
Puerta número tres. Una estrecha habitación de hotel.
Vistas a un callejón.
Un farol que reluce en el asfalto.
El hermoso residuo de las experiencias.
Ver el mundo a media luz: contemplar lo que sí y lo que no. La poesía nunca es tan evidente como para abrir una puerta de par en par, ni tan pretenciosa como para dejarla cerrada.

2 de enero de 2012

Abuelita pudiente

Al margen del drama del desempleo, que exige la mayor preocupación, quizá no sea tan malo que Europa aprenda a vivir en crisis. No se puede contar con la abundancia como punto de partida para educar. A veces Europa se comporta como una abuelita pudiente que nunca hubiera sido pobre. Pero hace seis décadas estaba en la miseria y necesitó un plan de salvación. Ahora por suerte no hay bombardeos. Tenemos agencias financieras.