La complejidad poética suele asociarse a la retórica. Como si el claroscuro operase por acumulación. Entre los méritos de
Tranströmer, premio Nobel pese a merecerlo, está la refutación de ese prejuicio. Tranströmer accede al misterio por eliminación. Su poesía prescinde del contexto, del énfasis y hasta de él mismo. En este poema, recogido en
El cielo a medio hacer, bastan tres puertas con diferentes luces:
Abro la primera puerta.
Es una gran habitación soleada.
Un camión pasa por la calle
y hace vibrar la porcelana.
Ese ruido exterior, ese temblor interior, ocurren simultáneamente. Y apenas requieren la aparición del poeta, bisagra entre ambos.
Abro la puerta número dos.
¡Amigos! Vosotros bebisteis la oscuridad
y os hicisteis visibles.
¡Beber oscuridad para alcanzar la visibilidad! He ahí toda una poética, que se dirige a la claridad pasando por la penumbra.
Puerta número tres. Una estrecha habitación de hotel.
Vistas a un callejón.
Un farol que reluce en el asfalto.
El hermoso residuo de las experiencias.
Ver el mundo a media luz: contemplar lo que sí y lo que no. La poesía nunca es tan evidente como para abrir una puerta de par en par, ni tan pretenciosa como para dejarla cerrada.