29 de junio de 2012

Traducirnos

Amor y traducción se parecen en su gramática. Querer a alguien implica transformar sus palabras en las propias. Esforzarnos en entender a la otra persona e, inevitablemente, malinterpretarla. Construir un precario lenguaje en común. Para traducir un texto hace falta desearlo, codiciar su sentido, cierta necesidad de poseer su voz. El amante se mira en la persona amada buscando semejanzas en las diferencias. Quien traduce se acerca a una presencia extraña en cuya identidad, de alguna forma, se ha reconocido. Traductores y amantes desarrollan una susceptibilidad casi maníaca. Dudan de cada palabra, cada gesto, cada insinuación que surge enfrente. Sospechan celosamente de cuanto escuchan: ¿qué habrá querido decirme en realidad? En ese diálogo que alterna costumbre y fascinación, conocimiento previo y aprendizaje en marcha, ambas partes salen modificadas. Tanto amando como traduciendo, la intención del otro se topa con el límite de mi experiencia. Para que esto funcione, hará falta que admitamos los obstáculos: no vamos a poder leernos literalmente. Voy a manipularte con mi mejor voluntad. Lo que no se negocia es la emoción.

(fragmento del artículo publicado en la Revista Ñ, 22-06-2012)

26 de junio de 2012

Homo bursatil

El inefable FMI nos ordena qué hacer para evitar el naufragio después de que su propio ex director, mister Rato, inflara la burbuja inmobiliaria y hundiese un banco. Los especuladores nos toman por primates. En la escala de la evolución del homo bursatil se desarrolla una compleja parentela: las primas de riesgo, los tíos de la banca, los padres de la ruina y los hijos de su madre.

22 de junio de 2012

Música maltrecha

«No me interesa lo puro», se mancha Marta Sanz en un extraordinario texto acerca del escritorio donde trabaja. Me acuerdo de Nicolás Guillén, cantor de la impureza en cierto poema que caía, sin embargo, en la presunta pureza de la homofobia. «No impido que el ruido de fuera se cuele en la página», sigue sonando Sanz. «Abro. Ventilo. Ensancho la rendija». Esa rendija en ciernes, que es la interferencia del mundo, puede ser percibida en términos de obstáculo o de material. El margen de la página que escribimos, ¿nos aísla o nos comunica? ¿Es más puente o placenta? En la respuesta a estas metáforas se juega quizá nuestra relación con el lenguaje. «Pego la oreja. Las voces me repercuten dentro como los graves de los altavoces». Porque a veces callarse es demasiado agudo. El silencio tiene algo de nervio, vive a punto de ser atacado. «Tampoco yo soy el silencio». Escuchar esta idea me hace hablar. Ha existido algún genio placentario (Juan Ramón), pero tiendo a admirar a quienes encuentran música en mitad del ruido. Como el dial vibrante de una radio, que merodea por sus alrededores hasta lograr una sintonía. Una radio apagada es perfecta y estéril. El silencio me interesa como maltrecho resultado: una especie de esfuerzo de clarificación. Como punto de partida esencial me parece aberrante. «Es importante la historia del vecino. Ojalá la luz filtrada por la cortina me manche el relato. Me lo arruine.» Tocan la puerta. ¿Voy o no voy? Ahora sí empieza el texto.

18 de junio de 2012

Dudo, luego recorto

El poder financiero duda de que España salga de la crisis. Para salir cuanto antes de esa crisis, el Gobierno de España aplica los recortes más salvajes de su historia. Con semejantes recortes, la economía española ofrece pocas perspectivas de crecimiento. Entonces el poder financiero duda. Sólo hay una certeza: de la aporía nadie nos rescata.

15 de junio de 2012

Metafísica lunfarda


No seas atorrante, tiempo interno,
envejecé conmigo y no chamuyes
retrasos en la edad imaginaria.
¿Vos te das cuenta de lo que lastima
engrupir al adverbio todavía?
Rimá nomás, estilo.
Eso no va a salvarte del desorden.


8 de junio de 2012

Fantasma recíproco

Las ferias del libro sirven, entre otras cosas, para confirmar un fantasma recíproco. Mientras leemos un libro, tendemos a sentir que su autor no existe fuera de sus páginas, o que su existencia real es apenas una hipótesis. Hasta que un día, de pronto, en alguna feria del libro, lo vemos en persona, le hablamos y le tocamos la mano. Esa mano que suda y tiembla un poco y es verdad. Por su parte quienes escriben, mientras trabajan entre cuatro paredes, sospechan que hablan solos, temen estar monologando sin querer. Hasta que un día se materializa el personaje más sorprendente de todos, el otro, ese que lee. Pero semejante encuentro tiene sus riesgos melancólicos. «No le cuentes nada a nadie», finaliza El guardián entre el centeno, narrada en forma de confesión íntima para unos interlocutores invisibles. «No le cuentes nada a nadie. Si lo haces, empiezas a echar de menos a todo el mundo.» Quizá por eso ahora, lejos de la Feria del Libro de Madrid, tengo la sensación de hablarle a un hueco. Escribo porque echo de menos a no sé quién.

4 de junio de 2012

De qué hablamos cuando hablamos de economía

¿No estamos hartos ya de la sobredosis diaria de noticias financieras, de esta cascada de datos que no se corresponden con los que más conciernen al ciudadano medio y al trabajador corriente? ¿De verdad estas insistentes estadísticas se merecen un titular tras otro, de lunes a domingo? ¿En serio abstracciones tales como la prima de riesgo necesitan ser atendidas, medidas y comunicadas al país entero cada 24 horas? ¿No tienen también los medios alguna responsabilidad en esta psicosis colectiva? ¿No están malgastando sus energías informativas, sociales y simbólicas en un lugar estéril? ¿Alimentar el monotema no nos convierte en cómplices? ¿No estaremos caminando hacia una profecía autocumplida: tememos estrellarnos, y tanto lo repetimos que quizá lo lograremos? Son sólo preguntas. Pero, al menos por ahora, hacer preguntas sigue siendo gratis. Y renunciar a responderlas puede costarnos caro.