28 de febrero de 2013

La boda


Veíamos su boda 
intercalando puntos suspensivos
con nuestras miraditas, y tu dedo
tanteando el broche de mi cinturón.

En el jardín, debajo
de un arco sorprendido, me guiñaste
un ojo por encima del borde de ginebra.
Besé mi vaso para responderte.

Aquella misma noche
compartimos esquina
gritándonos promesas, cruzando juramentos.
Las ventanas con luces hicieron de testigos.

Sobre nuestras cabezas nos bendijo un murciélago.



(Poema de Owen SheersDel libro El hombre sombra, Editorial
Pre-Textos, Valencia, 2016. Traducido por Andrés Neuman.)

25 de febrero de 2013

Veranos conjeturales

La playa es un espacio de deseo. Pero también el escenario de lo que no sucede. Muchos hemos pasado parte de nuestra infancia o adolescencia espiando cuerpos inaccesibles, suplicándole al tiempo. Quizá por eso una playa tiene algo de memoria disponible. De página desmesurada donde todo está aún por narrar. Una vez, un verano, cierta chica mayor de la que me había enamorado entró en el mar. Corrí detrás de ella y, sin que lo supiese, fui calcando en el agua sus movimientos. Si ella levantaba un brazo, yo levantaba el mío. Un giro ahí, otro giro acá. Como una coreografía a distancia. Nadamos así, accidentalmente juntos, hasta que una mancha color verde se acercó entre las olas. Estiré una mano. Era algo mucho más vivo que un pez: la mitad superior de un bikini. Me volví de inmediato hacia mi amor conjetural. La divisé braceando en todas direcciones, con gesto contrariado. No parecía haber reparado en mi presencia. Sin dudar un instante, escondí aquella levedad dentro de mi propio traje de baño. Volví nadando rápido hasta la orilla, con una caricia ajena serpenteándome entre las piernas. Al cabo de un rato la vi emerger de nuevo, cubriéndose los pechos y riendo para alguien que jamás fui yo. Aquella natación en parte imaginaria, igual que aquel fetiche verde con el que dormí todo el verano, siguen provocándome una cosquilla muy parecida a eso que llamamos ficción.

21 de febrero de 2013

Bosque de Mametz


Muchos años después, los labriegos siguieron encontrándolos:
los jóvenes perdidos, resurgiendo
debajo de las palas al remover la tierra.

Una ficha de hueso, platos de porcelana de omoplatos,
la reliquia de un dedo, el huevo de ave
golpeado y triturado de algún cráneo,

todo emulando ahora al pedernal, blanco roto en azul,
a lo largo del campo donde les ordenaron caminar, no correr,
hacia el bosque y sus nidos de metralla.

Incluso hoy la tierra permanece centinela,
removiéndose sola como recordatorio,
herida progresando en cuerpo extraño hacia la superficie de la piel.

Esta misma mañana, veinte hombres en una sola fosa,
mosaico hecho pedazos, huesos hombro con hombro,
esqueletos frenados en mitad de una danza funeral,

todos con esas botas que los sobrevivieron,
sus cabezas sin ojos recostadas en ángulo
y sus mandíbulas -aquellos que las tienen- bien abiertas.

Como si las notas que alguna vez cantaron
sólo ahora, con este desentierro,
escaparan de sus lenguas ausentes.



(Poema de Owen SheersDel libro El hombre sombra, Editorial
Pre-Textos, Valencia, 2016. Traducido por Andrés Neuman.)

19 de febrero de 2013

Batiendo récords

En su caída bárbara, Europa se parece cada vez más al atleta Pistorius: una utopía sin piernas, con un arma en la mano.

15 de febrero de 2013

De limón

Acabo de comprarle un helado a mi padre. Él me sonríe feliz. Nada más que decir del tiempo. 

11 de febrero de 2013

Fausto en la caverna

Fáusticamente, escribió Eugenio Trías en su Prefacio a Goethe: «Enemigo y amigo a la vez, el Tiempo fija un límite a la acción, obliga a la determinación, establece un dique a la omnipotencia del deseo: fija un pacto que permite el pasaje de lo posible a lo real». Durante sus últimos años, Goethe experimentó una atracción más romántica que su propia juventud. Con la monstruosidad que le era propia, Goethe no vivió su ancianidad como vida realizada, sino como tentación de eternidad. Amó, escribió y planeó con desmesura. A lo largo de su obra, observa Trías, «magnificó la acción. Y sin embargo, ¿no se hallan todos sus personajes aguijoneados por la duda?». Como todo gran lector, Trías tanteó un autorretrato en aquello que leía. A ese efecto, ciertos clásicos son espejos abismales. En sus Conversaciones con Goethe, Eckermann compuso un duelo de vampiros donde el discípulo se somete al maestro para sorber su sangre, mientras el anciano se deja exprimir sabiendo que necesitará la fuerza del joven para concluir sus trabajos. Desde extremos opuestos de la vida, ambos son Fausto y se defienden del tiempo. La descripción necrófila del cadáver de Goethe es digna de una novela gótica. Enamorado, triste y victorioso, el discípulo Eckermann ha sobrevivido al cuerpo del maestro, a costa de cargar con su fantasma. Enfermo hacía tiempo, Trías falleció ayer. Parece inconcebible que se muera la gente a la que leemos, igual que nos asombra subrayar pensamientos póstumos. Sus ideas continúan resonando en nuestras cabezas mortales. Como un juego de ecos que cambian de caverna, pero jamás se extinguen.

7 de febrero de 2013

Canción de las pornógrafas

Mi amigo Gabriel, que existe aunque merezca ser un personaje, me cuenta desde Argentina que, en la madrugada del 29 de enero, soñó con mi madre. Yo acabo de aterrizar, sueña Gabriel, para asistir a un extraño homenaje a mi madre en Córdoba. Según la prensa local, sigue soñando mi amigo, a los 28 años de edad ella compuso un himno para el conservatorio. El formidable título de ese himno imaginario es Canción de las pornógrafas. Yo lo pronuncio en voz alta y después, tragando saliva por la emoción, muestro a la concurrencia una fotografía en blanco y negro donde aparece mi madre muy joven, entre oboes, flautas y contrabajos, vestida con una falda larga. En ese momento mi amigo despertó. Y supo de inmediato, me escribe, que ese sueño era de otro. Del hijo de la soñada. Mi madre, a quien Gabriel jamás ha visto. Que fue, en su juventud, algo pornógrafa. Que, precisamente a los 28 años de edad, volvió a casarse con mi padre tras haberse separado: uno de mis primeros recuerdos de infancia. Y que ese mismo 29 de enero, aunque mi amigo tampoco lo supiera, habría cumplido 60 años. Recuerdo a cierto escritor que, al escuchar el título que un compañero iba a ponerle a su libro, le advirtió: «Acabo de tener una idea en tu cabeza». Aquel título era el que buscaba hacía mucho tiempo. Al final ambos se lo jugaron al póquer. Y ganó el que tenía que ganar. 

4 de febrero de 2013

Familia, S. A.

Cada modelo de sociedad reside en su educación y sanidad. Y cada modelo educativo y sanitario define lo que entendemos por familia. Hoy los mismos conservadores que dicen defender la familia son, curiosamente, quienes hacen peligrar su salud. Vi a mi padre salvarse en un hospital público. Vi a mi madre morir en un hospital público. Que nadie privatice nuestra dicha ni tampoco nuestro luto.