21 de febrero de 2013

Bosque de Mametz


Muchos años después, los labriegos siguieron encontrándolos:
los jóvenes perdidos, resurgiendo
debajo de las palas al remover la tierra.

Una ficha de hueso, platos de porcelana de omoplatos,
la reliquia de un dedo, el huevo de ave
golpeado y triturado de algún cráneo,

todo emulando ahora al pedernal, blanco roto en azul,
a lo largo del campo donde les ordenaron caminar, no correr,
hacia el bosque y sus nidos de metralla.

Incluso hoy la tierra permanece centinela,
removiéndose sola como recordatorio,
herida progresando en cuerpo extraño hacia la superficie de la piel.

Esta misma mañana, veinte hombres en una sola fosa,
mosaico hecho pedazos, huesos hombro con hombro,
esqueletos frenados en mitad de una danza funeral,

todos con esas botas que los sobrevivieron,
sus cabezas sin ojos recostadas en ángulo
y sus mandíbulas -aquellos que las tienen- bien abiertas.

Como si las notas que alguna vez cantaron
sólo ahora, con este desentierro,
escaparan de sus lenguas ausentes.



(Poema de Owen SheersDel libro El hombre sombra, Editorial
Pre-Textos, Valencia, 2016. Traducido por Andrés Neuman.)