Pienso en casos como el de Luna Miguel, agitadora poética, poeta agitada, joven estelar y estrella joven, a quien apenas he visto en mi vida. Síntesis de las virtudes y torpezas de su edad, que también fue (no disimulemos) la nuestra. Precoz en sus lecturas, reconocimientos y padecimientos públicos, su trayectoria tiene algo de laboratorio generacional. Más de un nuevo poeta he descubierto gracias a su blog. Y más de una vez he tenido la certeza de que, por encima de cándidas escatologías, en su escritura hay talento. Ritmo sensible. Cosquilleo sintáctico. No es poco para quien podría ser hija (o nieta) de bastantes de sus detractores. Lo afirmo ahora, antes de que semejante vocación cristalice en un libro importante, porque es precisamente ahora cuando vale la pena hacerlo. Acaso se equivoque convirtiendo una cara en una bandera, facilitando innecesaria (¿inseguramente?) que la imagen personal fagocite su genuina capacidad literaria. La cuestión es: ¿y qué? Los puritanos que censuran el uso de la apariencia física, que insisten en condenar tal reportaje o no sé qué fotito de una cadera, ¿no incurren fatalmente en la superficialidad que denuncian? Cada escritor vale lo que lee y escribe. Sus críticos, aquello en que se fijan.