Hasta que me topé con un artículo de Mariana Enríquez, brillante autora de Los peligros de fumar en la cama, nunca había entendido muy bien dónde residía la fascinación por ese cúmulo de exhibicionismos llamado Lady Gagá. Gracias a una observadora literaria, sin embargo, puedo leer de otra manera el personaje, sus intertextualidades visuales y su situación de género: «difícil aprehender a alguien que es raro, especialmente a una mujer, más aún a una mujer que es joven pero no es bella». Tanto Mariana Enríquez como Guadalupe Nettel me han parecido siempre delicadas analistas de lo monstruoso. Doble monstruosidad, la suya: consiguen ser poéticas, leves, matizadas a la hora de mirar lo horrible, lo oscuro, lo radical. De la narrativa de Enríquez, que piensa el gótico desde la periferia y viceversa, admiro su capacidad para atormentarnos sin clichés. Tormento y pureza suelen ser dos comodidades de la literatura barata. Tranquilizan. Dan permiso para condenar o salvar, que son las dos caras del simplismo moral. En cambio todo lo que dice y mira Enríquez –como Nettel en los cuentos de Pétalos y otras historias incómodas– está estudiadamente pervertido. Acaso cualquier perversión consista en eso: en la elaboración estética de lo visceral.