A lo largo de mi larga veintena recibí ingentes dosis de paternalismo, cuando no groseras hostilidades, basadas en el prejuicio de la edad. Pero tan estúpida es la sobrevaloración de la juventud como la mitología de la madurez. De hecho, una se alimenta de la otra. Por eso he leído con admiración la antología Tenían veinte años y estaban locos. Podrán interesarnos unos poetas más que otros, podrán parecernos estos mejores que aquellos. Pero todos irrumpen, buscan y están vivos. Disfruté especialmente con Alberto Acerete, Cristian Alcaraz, Bárbara Butragueño, Laura Casielles, David Leo García, Berta García Faet, María M. Bautista, Raúl E. Narbón, Eba Reiro, Ángel de la Torre. También me gustan otros poetas de su generación, como Pablo López Carballo, Pablo Fidalgo, Natalia Litvinova, Elena Medel, Rodrigo Olay, Alba González Sanz, Sara Torres R. de Castro o Javier Vicedo. Quien los lea será afortunado. «Deberían vivir antes de escribir», gruñen sus mayores, «no tienen experiencia». Hay que tener muy poca confianza en la literatura para no comprender que la escritura produce experiencias de vida. No pasa nada, queridos obsolescentes, por leer a adolescentes. A lo mejor, ¡Arturito el francés nos libre!, hasta aprendemos algo.