Polanski ha refutado su película anterior. The Ghost Writer destacaba por la exuberancia fotográfica, el esmero en las localizaciones y la atención a los personajes secundarios. Virtudes que intentaban sobreponerse al guion, víctima del previsible thriller que adaptaba, con un final que era como para masticar aspirinas. Proponiendo lo contrario, Carnage adapta una obra de teatro discursivo. Sus protagonistas permanecen recluidos en el buñuelesco apartamento donde discuten. La acción es inmóvil. Y sin embargo divertidísima. La perfección de los diálogos se debe a la siempre inteligente y reaccionaria Yasmina Reza, cuyas argumentaciones huelen a Houellebecq. La conclusión parece obedecer un opresivo axioma de la literatura actual: todo lo que no sea escéptico caerá en el ridículo, toda postura no cínica sonará pretenciosa. De este modo, cualquier reflexión ética queda señalada como ejercicio absurdo. Tienta conjeturar por qué a Polanski le interesó una pieza que gira en torno a la agresión a un niño. La pregunta de fondo es quién tuvo realmente la responsabilidad. La respuesta de la película resulta tan ambigua como la situación judicial de su creador: la culpa fue de todos, o de nadie, o de la naturaleza. Tres respuestas que coinciden en la tranquilizadora absolución del individuo.