Hablábamos de los entusiamos y riesgos de la generación 80-90. Hablemos de los cascarrabias de las generaciones anteriores. Incluida la mía, que no sabe si aún es joven o teme dejar de serlo. ¡Ay, las poetas veinteañeras que saben pensar y pintarse los labios! Nos molesta que sean guapas, nos aburre que no lo sean. ¡Ay, los escritores veinteañeros que leen filosofía y frecuentan facebook! Nos irrita que sean estudiosos, nos ofende que no lo sean. Recuerdo aquel artículo sobre nuevos autores, editores y críticos. Recuerdo haber pensado ante las insidias que generó: cómo desearíamos haber sido los últimos jóvenes. Cómo nos gustaría que la historia se detuviera en nosotros. Las canas no se eligen, pero la caspa se merece. ¿No denunciábamos los intereses de los grandes grupos mediáticos? Pues ahora los jóvenes crean sus propios medios prescindiendo de intermediarios. ¿No criticábamos la verticalidad del sistema de legitimación? Pues ahora ellos eluden horizontalmente esa oligarquía. ¿No lamentábamos lo tarde que se emancipan los jóvenes? Pues por eso publican pronto: porque quieren salir de casa. ¿No nos preocupaba el desempleo juvenil? Pues por eso pasan horas asociándose y construyendo discursos en la red. No nos pedirán limosna. Esa es su riqueza.