En una misma semana, dos célebres escritores patrios se han autorretratado a su manera. Pero, sobre todo, han retratado a dos generaciones educadas en ciertos valores que siguen existiendo, aunque la España que los crió ya no exista. ¿O sí? A Sánchez Dragó le gustan las niñas y también le gusta jactarse de ello. De hecho, la prostitución infantil le parece todo un lujo, tal como explicó en Radio Nacional durante aquellos tiempos de modernización socialista. Lo interesante es que este individuo nunca fue un repudiado outsider, sino un presentador de programas culturales en las televisiones públicas. Mientras tanto nuestro autor más leído, Pérez Reverte, opinó que, si un ministro llora en público, le faltan «huevos» o es «un mierda» (la antropomorfización es suya). Más allá de sus nostalgias por el honor barroco, en aquellos dorados años en que los derechos humanos no existían, cabe recordar que nuestro popular novelista pertenece a la Real Academia de la Lengua. Mientras las instituciones –y no sólo las culturales– estén habitadas por semejantes arquetipos viriles, la Transición seguirá en marcha. Y con qué marcha, coño.