Pienso en ese aparato que ya forma parte de nuestros despertares y abluciones. Como desayunar, ducharse o lavarse los dientes. Pienso en ese aparato a veces redentor, a veces maléfico. Que nos ofrece vigilancia y aventura, culpas y libertades. En España lo denominan móvil. Dicho así suena dinámico, viajero, positivo. Pero en Latinoamérica lo denominan celular. Dicho así, uno comprende que se trata de algo que penetra en tu organismo, lo infecta, se reproduce. Y te llama, te llama, te llama. Consulto la palabra celular en el diccionario académico. La segunda acepción reza: «Dicho de un establecimiento carcelario: donde los reclusos están sistemáticamente incomunicados». A la filología nunca se le va la cobertura.