Me ha alegrado el premio Cervantes de Ana María Matute. Para ser más preciso, me ha aliviado. Los reconocimientos merecidos nos dejan con la sensación provisional (y por supuesto falsa) de que tarde o temprano se hace justicia. Celebremos la noticia y olvidemos su tardanza. Aunque se trata de una excelente novelista, Matute es también autora de un pequeño gran libro por el que tengo debilidad: Los niños tontos. Un volumen de 21 microrrelatos fingidamente infantiles que bordean la poesía con sencillez, dolor y humor trágico. Uno de mis predilectos se titula "El tiovivo". Palabrita española que, dada la panhispanidad de la ocasión, recordemos que tiene un sinómino afrancesado: carrusel, y otro latinoamericano: calesita. «Qué hermoso es ir a ninguna parte», piensa el niño de la historia dando vueltas en él. Como esos artefactos giratorios, probablemente los premios no conduzcan a ninguna parte. Pero a veces su caballito tonto se posa en quien sabía galopar.