Fui fumador. Gocé fumando. Me encantaba el viaje del humo, la facilidad de la espera, la posibilidad del silencio, la intensidad contemplativa. Lo patológico es que, mientras fumaba, el único problema que veía era mi propia salud. Por eso lo consideraba asunto mío. Individual. Privado. Ahora que ya no fumo, aparte de alegrarme por mi salud, lamento mucho haber molestado a los demás. Lo cual ya es un asunto colectivo. Social. Público. Durante estas semanas, he escuchado a muchos fumadores quejarse por la nueva ley antitabaco. Pero no he escuchado a ninguno de ellos disculparse por las graves molestias que, durante años, ocasionaron a los no fumadores en ausencia de esa ley. No se trata de que el Estado nos diga si debemos fumar o no. Se trata de que quien fuma lo haga exclusivamente para sí mismo. Sé que fumar enturbia algo más que los pulmones. Como cualquier adicción, también enturbia nuestros razonamientos. Pero los demás, los que razonan sin cigarrillo, no tienen la culpa. Cada cual con su propio aliento, su propia ropa y sus propios pulmones. En eso consiste la libertad.