Estados Unidos, símbolo de la democracia contemporánea, no necesita golpes de Estado para amenazar sus instituciones. Le basta con los magnicidios (llevan cuatro presidentes asesinados) y alguna que otra matanza aparentemente inconexa. Como la que dejó herida de muerte a la congresista demócrata Gabrielle Giffords, que estaba dando un discurso, además de acabar con un juez federal y otros cinco ciudadanos. En vez de democracia dañada, lo llaman violencia social. O individuo perturbado.