Sigo con interés -y poca sorpresa- la Operación Galgo. Imagino que el caso se cerrará en cuanto condenen a varios atletas, un par de entrenadores y algún médico. El resto de la cadena quedará intacto. Y no me refiero sólo a los jefes federativos. Ni a los responsables de subvencionar a los atletas. Me refiero a nosotros. A nuestra sociedad de consumidores de gloria. De espectadores adictos a los triunfos épicos. De yonquis de medallas que supuestamente nos representan. Como sugiere Isaac Rosa en su columna, existe una relación ética entre la burbuja inmobiliaria y la hinchazón deportiva. La compulsión dopante también es del público que cuenta los récords, que los exige. La prensa se ha convertido en una máquina de vender y triturar estadísticas. Todos, con los medios a la cabeza, sobrevaloramos la ejemplaridad social del deporte y endiosamos a sus triunfadores. ¿Por qué va a ser ejemplar vivir para competir, para derrotar a los demás? A ver cuándo les hacemos un homenaje a los que quedan cuartos y se van en silencio. Eso sí que sería amor por el deporte.