Como comedia con guerra de fondo, El discurso del rey es menos incómoda que Mein Führer (con la que comparte el motivo del preparador de discursos) y menos ambiciosa que La vida es bella (con la que comparte la trampa del final tranquilizador). Sin embargo es probable que esté más lograda que ambas, por una razón tan antigua como el cine: todos sus actores están maravillosamente dirigidos. Nada más y nada menos. Qué placer escuchar diálogos eficaces en el tono adecuado. Qué facilón resulta seguir una historia facilona cuando el ritmo es el preciso. Qué confortable volver a casa habiendo trivializado el horror. Qué rápido se digiere el conflicto cuando el conflicto se evita. De obras maestras como El gran dictador o Ser o no ser, mejor ni hablamos. Porque entonces tendríamos que echarnos a llorar. Por el cine de risa. Por los tronos vacíos.