De la rebelde anciana Cynthia Ozick había leído Virilidad, pirueta maestra sobre las tres extranjerías: la nacional, la lingüística y la de género. Sobre el conflicto de leer y ser leído en una sociedad cuando se ha nacido en otro país, con otro idioma o mujer. Aparente sátira literaria, Virilidad toca los nervios principales de nuestro mundo con una ironía encantadora. Ahora repesco El chal, publicado con escasa repercusión hace hoy veinte años. El texto que da nombre al libro es uno de los mejores cuentos norteamericanos que he leído en los últimos años, junto con ‘Mortales’ de Tobias Wolff o ‘Gente así es la única…’ de Lorrie Moore. Ningún relato de campo de concentración me había impresionado tanto desde Sin destino de Kertész. Pero este campo carece de coordenadas. No habla de la Historia dolorosa, sino de la historia del Dolor. Una mujer amamanta a su hija sabiendo que morirá. Sin adjetivos. Con lacónico lirismo. Sobrecoge la renuncia a la ironía de la ironista Ozick. Su punto de vista es el de la compasión inteligente, milagro literario posible. La autora seca el lenguaje como se seca el pecho de Rosa, que sólo se nutre de aire y miedo.