A 50 años de su muerte, Hemingway resucita a diario en alguna leyenda, imagen o gesto relacionado con su figura pública. Ambiguo destino el de los escritores-personaje: ser más recordados que releídos. Entre sus novelas, El viejo y el mar sigue siendo mi preferida. Por quién doblan las campanas ha envejecido rápido, aunque sus mezclas entre inglés y español anticiparon la realidad de su propio país. Sus elusivos cuentos se postulan como eslabón perdido entre Chéjov y Carver, a veces asociados con demasiada ligereza. Más que 'Los asesinos', con su tramposa interrupción final, elegiría como modelo de elipsis 'Un lugar limpio y bien iluminado'. Pieza maestra que ilustra la potencia de la quietud, el misterio de la ausencia. Raro mérito en alguien tan movedizo y presente. Escribe sobre él Javier Reverte: «Vivió la Guerra Civil declarándose partidario de la República y comprendió el sentido trágico de la fiesta de los toros como muy pocos españoles. Si siguiera vivo, probablemente hubiera jurado no pisar Cataluña hasta que se levantase la prohibición de las corridas». Yo hubiera preferido que, en vida, jurase no volver de vacaciones a España hasta que se levantase el franquismo. O, por lo menos, la censura literaria.