Viajábamos a la playa. El bus iba repleto de gente con auriculares. La pantalla emitía una película de acción. De repente una voz empezó a declamar. «Aviones estrellados contra las Torres.» Ella y yo nos volvimos. «Nube gris sobre Manhattan.» Un hombre sostenía un transistor con la vista extraviada. «Cancelados los vuelos.» Nadie giraba la cabeza. «Los Estados Unidos han quedado aislados.» Los pasajeros seguían atentos a la pantalla. «Una de las torres se desploma.» Ella y yo comprendimos: era un montaje, como el de Orson Welles. «El puente de Brooklyn se colapsa.» Todos permanecían sentados: hace diez años había pocos teléfonos móviles. «El Air Force One evacuando al presidente.» Ella y yo sonreímos. «Todas las embajadas norteamericanas están siendo desalojadas.» Qué buena farsa, dijo ella. «Wall Street clausurado.» Buenísima, dije yo. «Las bolsas se desploman.» El hombre del transistor asentía. «Y ahora cae la otra torre.» Solté una carcajada. «El Pentágono atacado.» Suspiramos de alivio. En la pantalla, borrachas, dos rubias celebraban algo en la barra de un bar.