En High Line, Nueva York, vi hace poco una curiosa instalación del artista Stephen Vitiello. Se titulaba A bell for every minute. Cada sesenta segundos, el visitante escuchaba una campana distinta de algún punto lejano de la ciudad. Campanas escolares, tibetanas, Hare Krishna, de puertas, de teléfonos, católicas, judías, africanas, de bomberos, indias, japonesas, de barcos. Nada más, nada menos. La hora no importaba. La única ceremonia es esa: que el tiempo está pasando.