Más allá de las posibles corrupciones individuales, el caso de Schoklender y el dinero de las Madres de Plaza de Mayo se cimenta en una paradoja ética. Hay instituciones cuya propia función las convierte en sagradas. Y esa sacralidad simbólica es la que, trágicamente, facilita a veces la impunidad en sus acciones. Delicado opinar sobre este oprobio sin ser injusto con la historia. Pero la memoria histórica es, o debiera ser siempre, lo contrario del tabú.