La física ha logrado formular dos conceptos que intuían los turistas: todo espacio está hecho de tiempo, y todos los tiempos son simultáneos. París funciona en Midnight como laberinto histórico y superposición de paraísos perdidos. El presente, nos recuerda la película, tiende a la insatisfacción. Y, por tanto, a la evasión retrospectiva o prospectiva. Aquí se funden con ingenio ambas fugas: un pasado de ciencia ficción. La actualidad de la película, que dice transcurrir en 2010, es en sí misma una negación del presente. A excepción de alguna broma sobre el Tea Party, nada nos hace sentir que su historia sucede hoy. Hace tiempo que Woody Allen detesta o ignora el presente. Que se ha convertido en aquel desopilante reaccionario cascarrabias que él mismo interpretaba en Anything else. Lo más interesante de Midnight es que construye, al mismo tiempo, un homenaje a la nostalgia y su refutación. Si toda época se subestima estéticamente en relación al pasado, quizá la verdadera utopía estética sería mitificar el presente. Salí del cine con más ganas de chill out que nunca: algún día sonará a música sagrada.