Dos documentales recientes, vistos uno a continuación del otro, ilustran a la perfección dos narrativas opuestas: Barcelona, antes de que el tiempo lo borre, de Mireia Ros, y Joy Division, de Grant Lee. El primero, que promete una sinopsis del complejo y fascinante siglo veinte barcelonés, termina limitándose al repaso lineal, autoindulgente y oligárquico de la familia del guionista. El segundo, que se anuncia como un mero repaso a la formación de un grupo punk, termina proponiendo una sofisticada, ambigua y coral tesis sobre Manchester. Elegir un gran tema es condenarse a reducirlo. Partir de un tema pequeño invita irresistiblemente a ampliarlo. No me gusta Joy Division, pero me encanta la gente a la que le gusta Joy Division.