Hace casi veinte años, los jóvenes españoles acamparon para protestar porque los países ricos, como por ejemplo el suyo, no cumplían el compromiso de destinar el 0,7 % de su PIB a los países pobres y explotados. Explotados, se entiende, por los mismos países que habían suscrito ese tratado. Recuerdo que, en Granada, el céntrico Paseo del Salón se llenó de tiendas de colores. Acampé ahí con mis amigos. Nos gustó. Cantábamos: «¡Cero siete ya!, ¡solidaridá!». Hoy, los jóvenes españoles acampan pidiendo «democracia real ya» para su propio país. Apuntando más cerca, ven más lejos. Los miro y tengo la sensación de haber aprendido algo.