Con la interiorización de las comunicaciones, ciertas dicotomías no bastan para definir una postura. Ya no se trata de ser apocalípticos o integrados, como resumió Eco. Más complejos resultan los ciclos contrapuestos que se suceden en un mismo período, incluso en un mismo individuo. Podemos ser, según la ocasión, apocalípticos que se integran o integrados que desertan. A propósito de una sofisticadamente insustancial novela de Tao Lin, reflexiona Vicente Luis Mora: «En este sistema de estrellatos obligatorios, sólo puedes querer ser nadie cuando eres tan famoso que persigues volver al anonimato». Ese arco de ida y vuelta podría resumirse así: del amanuense anónimo al modelo warholiano transcurrieron siglos; entre la celebridad de Warhol y el confinamiento de Salinger pueden pasar minutos. Nuestra relación con la tecnología experimenta una ambivalencia parecida: casi nadie es, a secas, tecnófobo o tecnófilo. Pienso en Jorge Carrión, autor de un excelente ensayo sobre teleseries y de una revista en fotocopias. Quizá toda vanguardia, para seguir pensando, necesita tantear su equilibrada retaguardia. El siglo 20 precipitó la evolución del homo sapiens al homo telens. Quién sabe si, muy pronto, pasaremos del ansioso homo telens a un escéptico homo vintage.