Qué sigiloso arte, tirar cosas. Los escritorios de mis sucesivas casas han ido quedándose vacíos. Su atractivo ya no son los objetos, sino su razonada ausencia. El exceso de objetos puede provocar interferencias en la escritura. Un campo de estímulos en demasiadas direcciones. Las bibliotecas, por ejemplo, me distraen. Tener tantos libros a la vista resulta enceguecedor. Prefiero que el lugar donde escribo se parezca lo más posible a una página en blanco: que tenga todo el mundo por delante.