Más allá de sus propios intereses, los grandes medios de comunicación tienen inevitables filtros de acceso, estructuras burocráticas y limitaciones físicas. La suma de estos condicionantes selecciona y restringe sus opiniones. Internet ofrece, en cambio, la posibilidad inédita de construir una opinión pública sin intermediarios. Como todo progreso verdadero, semejante libertad consiente su utilización reaccionaria. Junto a las innumerables voces que contribuyen a completar nuestra visión del mundo, hay quienes profieren toda clase de ocurrencias o insultos sin la responsabilidad mínima que se les exigiría en otros ámbitos públicos. Curiosamente, muchos de ellos defienden o creen defender el valor de internet. Convendría dejar de contemplar la red como un juguetito nuevo y tomarla tan en serio como a las publicaciones tradicionales. Ojalá algún día sepamos crear una especie de protocolo digital cuyo objeto no sea reprimir, sino divulgar opiniones libres de manera respetuosa. Pensar en eso contribuiría a repensar nuestra libertad.