25 años sin Borges. O un cuarto de siglo con más Borges que nunca. Casi nadie discute que fue el Cervantes del siglo pasado. Por su noción transnacional, hipertextual y políglota de la ficción, sin duda se adelantó a su tiempo. Según Umberto Eco, Borges inventó Internet. Pero esa interpretación es parcial, tratándose de un autor con un evidente desinterés por la actualidad y las modernidades. En Argentina, su predicamento ha dependido de la despolitización de su figura. Cuando sus opiniones políticas, a menudo atroces, eran parte del debate literario nacional, la lectura de su obra se veía interferida inevitablemente. Borges fue, en términos literarios, un escritor sin cuerpo. Su obra omite la sexualidad de una manera casi obsesiva. El deseo, el placer, la carne están desterrados de su universo. Sería curioso plantearse cómo un país tan psicoanalizado ha colocado a un genio de la represión sexual en el centro de su canon. Celebrando que hablamos de una de las prosas más brillantes de la historia, quizá no nos vendría mal dejarlo descansar un poco. Lo cual no significa olvidarlo, sino dejar de soñar con imitarlo. Ser epígonos borgeanos parece mucho menos provechoso que ser sus lectores.