Vengo de ver, con enorme alegría, el ascenso del Granada a Primera División. El club había pasado casi la mitad de su historia en Segunda, cuando no en Segunda B o incluso Tercera. Nos habíamos acostumbrado a que el equipo de nuestra ciudad fuese pequeño, perdiese a menudo y tuviera un futuro triste. Ese era el Granada de las últimas décadas. Sin embargo esta noche, apenas un minuto después del partido, todo el bar le dedicaba cánticos de burla al equipo perdedor, recordándole que la próxima temporada seguiría en Segunda. Exactamente así, hasta hace bien poco, se sintió nuevo rico este país. Perder es una costumbre. Ganar es un olvido. Nuestro gol, por cierto, lo metió un nigeriano.