Durante mi infancia argentina, River era el equipo que ganaba. Yo era de Boca, o de lo que había quedado de Boca tras la marcha de Maradona. El don de Maradona siempre fue salvar a los equipos para después dañarlos: lo mismo que hizo consigo mismo. Pasé mis primeros años de conciencia futbolística (con perdón del oxímoron) viendo quedar a River por encima de mi equipo, viendo al Beto Alonso y al príncipe Francescoli mostrarse inalcanzables. Llegué a pensar que ser de Boca era una extraña forma de lealtad a la derrota. Más o menos como ser del Atleti de Madrid. Después los años 80 y mi infancia terminaron. Boca empezó a ganar. Y yo no estaba allí. River volvió a ganar. Y yo seguía aquí. Poco a poco fui perdiendo el contacto con el campeonato argentino. Los años, los goles, los nombres se sucedieron. Hoy, por primera vez en toda la historia, River desciende de categoría. Y es ahora cuando, súbitamente, tres décadas más tarde, siento a River cercano. Pienso: así era mi equipo. El que perdía.