He vuelto a soñar con mi madre tocando el violín. El sueño tenía lugar (¿tienen lugar los sueños?) en el auditorio Manuel de Falla, el último lugar donde ella hizo música. Era un concierto de Mozart bastante habitual en su repertorio. Yo la escuchaba sentado entre el público. Extrañamente, mi madre estaba vestida de calle. Con el pelo muy corto, sin teñir. Las mejillas coloradas por el esfuerzo. A veces desafinaba. Cada vez que una nota le salía mal, yo cerraba los ojos para no verlo. Pero, cuando volvía a abrirlos, mi madre me miraba fijamente desde el escenario y sonreía. Al despertar, me ha parecido que ella estaba tratando de enseñarme a disfrutar de los errores. El tiempo nos deja huérfanos. La música nos adopta.