29 de octubre de 2012

Orgasmo de frontera

Por no sentirme tan acomplejada ante los conocimientos científicos de Ezequiel, le he enumerado los distintos verbos que existen en español para nombrar un orgasmo. En Cuba, por ejemplo, le dicen venirse. Ese infinitivo me gusta porque sugiere un acercamiento a alguien. Es un verbo para dos. Y bastante unisex. En España le dicen correrse. Que supone más bien lo contrario. Despegarse al final, alejarse del otro. Es un infinitivo para machos. En Argentina le dicen acabar. Suena como una orden. Parece una maniobra militar. Tengo una amiga peruana que lo llama llegar. Dicho así, se vuelve casi una utopía (y muchas veces lo es). Como si estuvieras lejos o te hiciera falta más tiempo. Su marido dice darla. Interesante. Suena a ofrenda. O, siendo pesimista, a un favor que te hacen: ahí tienes. Siendo así, tampoco me extraña que mi amiga no llegue. En Guatemala se usa irse. Eso ya es un abandono declarado. Sólo les faltaría añadir: después de pagar. En otros países dicen terminar. Frustrante. Suena a que se abre la puerta, te interrumpen y te quedas a medias. En cambio aquí, quizá porque somos de frontera, le decimos cruzar.

(De la nueva novela Hablar solos. Ediciones en Colombia y Chile.)

26 de octubre de 2012

Tramposos (2)

¿No hay cierta semejanza entre el dopaje deportivo y el fraude financiero? La obsesión por el récord y el imperativo del crecimiento obedecen a una misma patología social. Primero aplaudir determinados milagros estadísticos, incluso ponerlos como ejemplo. Y después echarse las manos a la cabeza. Qué tentador confundir la victoria con la desmemoria, la autosuperación personal con la farsa del superhéroe.

25 de octubre de 2012

Tramposos (1)

Me sorprende la sorpresa por dopajes como el de Armstrong. El impacto que causan es directamente proporcional a esta doble moral tan nuestra. Nos encantan los récords compulsivoslas marcas imposibles, los esfuerzos sobrehumanos. Pero nos escandalizan los métodos anómalos que, como es lógico, estos suelen requerir. ¿Quiénes son más tramposos: los atletas o su público?

22 de octubre de 2012

El martillo

Como todo el mundo sabe, en cada habitación donde dormimos, en cada hotel al que vamos, nos espera un martillo que es el mismo de siempre. Ese incansable martillo nos persigue y, en cuanto nos reconoce en la habitación contigua, se pone a ladrar clavos de contento. Nosotros, naturalmente, tratamos de dormir. Pero él jamás se aquieta. Insiste. Se ensaña en la pared de nuestro sueño. Quizá sea una suerte. Quizás esté velando por nosotros. Martillo temporal, golpe de vida, empecinado pulso. 

18 de octubre de 2012

Niño al revés

Como un niño al revés, aprender a escribir quizá consista en desaprender a hablar. En ir desactivando automatismos, expresiones ajenas, conceptos heredados, hasta toparse con la pavorosa incertidumbre de cómo decir las cosas. Desde ese punto de vista, alguien que se declare experto en escritura sería lo contrario de un escritor.

15 de octubre de 2012

Aterrizar

Veo caer, caer, caer a Felix Baumgartner. La caída es tan inconcebiblemente larga que va perdiendo su naturaleza, empieza a parecer un estado voluntario. Lo milagroso no es el récord, sino ese fenómeno de monstruosa belleza. La mutación de su humanidad terrestre y bípeda. Mientras Baumgartner se precipita a más de mil kilómetros por hora, de repente me acuerdo del primer discurso público de Perec. En aquella ocasión, el joven Perec habló de la necesidad de lanzarse en paracaídas. De ese instante sin retorno en que, pudiendo callar o abstenerse o quedarse quieto, alguien habla, escribe: se tira. Al otro extremo del tiempo, en su último discurso, Perec se refirió al deseo de cambiar repentinamente de vida. De hacer todo lo que no se ha hecho. De decir lo no dicho. Finalmente, Baumgartner aterriza. No dice una palabra. No sabe qué decir. Tan sólo se arrodilla. Hasta que no lo narre, no habrá tocado el suelo.

12 de octubre de 2012

Manifestarse

¿Y de qué sirve manifestarse?, objetan los pragmáticos. Eso depende de qué entendamos por utilidad. Cuando se asfixia el concepto de ciudadanía, ir a buscar al semejante, verificar su existencia, es útil en sí mismo. Se sale a la calle no sólo para expresarse ante un posible, y por lo general bastante sordo, interlocutor público. Sino también para toparse con la emoción del par. En situaciones críticas, leer propicia un milagro análogo: comprobar que alguna vez alguien, en algún lugar, escribió sobre experiencias similares. El libro sería entonces una ciudad donde lector y autor, en tiempos diferentes, se encuentran en la misma rabia. 

8 de octubre de 2012

Amor gradual

Nunca fui, lo confieso, un entusiasta de Ashbery. Y he militado, casi, contra cierta moda de los gestos ashberianos: esa tendencia a confundir elusión con reflexión; esa insistencia mecánica en las interrupciones; esa especie de artefacto digresivo que evita la síntesis; ese difuminar una anécdota ya de por sí banal; y un áspero etcétera. Sin embargo, porque a los poetas grandes se los relee incluso sin querer, me sorprendo admirando a un Ashbery distinto en Como un proyecto del que nadie habla. Magnífica y, en el mejor sentido, caprichosamente traducido por el uruguayo Roberto Echavarren. «Es necesario escribir acerca de las mismas cosas/ de la misma manera, repitiendo las mismas cosas una y otra vez/ para que el amor continúe y sea gradualmente diferente (…)/ Sólo entonces la falta de atención endémica/ de nuestras vidas puede enroscarse alrededor de nosotros, amistosa». Quizá la poesía sea ese atento tentáculo que, a fuerza de enroscarse y repetirse por los siglos de los siglos, nos permite distinguir un día de otro.

3 de octubre de 2012

Hablar solos

Dentro del hospital mantengo mi misión. Mi misión me mantiene. La vida se vuelve más difícil afuera. No sé si existirá algún nombre para ese secuestro. ¿Síndrome de Fleming? Cuando no cuido a nadie, nadie me cuida. Cada tarde, al abrir la puerta y colgar el bolso en el perchero, me doy cuenta de lo grande que va a ser esta casa. La recorro vacía. Parece decorada por extraños. Como un museo de nuestra propia vida. Yo soy su única visitante y también una intrusa. No hay nadie aquí. No hay nadie en mí. La que llora, la que come, la que duerme una siesta, la que va al baño es otra. No me decido a ver a mis amigos, porque siempre me preguntan lo mismo. Ni tampoco a huir de ellos, porque me da miedo que dejen de preguntarme. Cuando me acuesto, mientras cierro los ojos, fantaseo con que no me despierto. Necesito una agresión. Necesito que alguien me recuerde que estoy en mí. Necesito a Ezequiel como a una raya. Como un gramo, un kilo, un cuerpo entero. No hablo de amor. El amor no puede entrar en las deshabitadas. O entra, y no encuentra nada. Hablo de asistencia urgente. De reanimación eléctrica. Necesito pegar y que me peguen. Quiero que me ultrajen tanto que ya no me importe. Quiero ser virgen, no haber sentido nada. 

(De la nueva novela Hablar solos, desde hoy en España. Información, aquí.)

1 de octubre de 2012

Aventura

Salimos a comprar dos pijamas de algodón sin agujeros. Después fuimos a otra tienda para cambiar la máquina de café, que había desertado de cansancio. Después cenamos una rosca seca de pollo, tomate y queso. Después vimos un thriller noruego, Headhunters, bastante hiperquinético. Después volvimos a casa y nos tomamos un descafeinado tardío en la máquina nueva. Después nos acostamos a leer. Ella La sueñera, de Ana María Shua; yo Balada, de Marcelo Cohen. Después uno de los dos apagó la luz. Hacía tiempo que no viajaba tanto.