4 de junio de 2015

Perder la habitación

Vuelo con equipaje atrasado, sueño de mano y dos libros: La mujer rota de Simone de Beauvoir y Cuadernos de Hiroshima de Kenzaburo Oé. En el primero de ellos, un diario ficcional repleto de emociones aforísticas, subrayo este sarcasmo acerca de un marido que se dedica a la investigación médica: «Obviamente, cuando uno carga sobre sus hombros la salud de la humanidad, el peso de una hija enferma apenas se nota». En el segundo libro, crónica de la posguerra atómica y homenaje a los médicos de Hiroshima, subrayo unos versos del poeta superviviente Sankichi Tôge: «Devuélveme a mi padre./ Devuélveme a mi madre./ Devuélveme a mis mayores./ Devuélveme a mis hijos./ Devuélveme a mí mismo». Mientras llego al hotel de Lyon, pienso que el caso de Oé parece opuesto al del personaje de Beauvoir, cuya obsesión por una gran causa colectiva le impide atender a un dolor cercano. Al mismo tiempo que investigaba sobre las víctimas de Hiroshima, Oé escribió la novela Una cuestión personal, que trata sobre la enfermedad de su propio hijo. Dejo mi equipaje en la habitación, bajo a cenar y entonces, frente a las puertas del ascensor, como un intertexto de carne y hueso, me topo con el señor Oé. Yo ignoraba por completo, o al menos no recordaba, que él fuese el encargado de inaugurar el festival al que he venido. Quizá consulté el programa cuando su presencia no estaba confirmada. O acaso una parte recóndita de mi memoria sí la retuvo, y por eso estoy leyendo los Cuadernos. Entre tartamudeos, le pregunto si tendría la generosidad de firmarme un libro. Oé asiente cortésmente y, con centenaria paciencia, toma asiento en el lobby mientras subo corriendo a buscar mi ejemplar. Me lo dedica en tinta roja, con ese temblor digno de los ancianos que viajan. Me da las buenas noches. Regresa al ascensor. Y desaparece. Yo me quedo contemplando los trazos de su nombre. Al cabo de unos minutos, Oé baja de nuevo. Se acerca al recepcionista y, para mi sorpresa, pregunta cuál es su habitación. Parece fatigado y sus movimientos delatan cierto extravío. Me acerco a ofrecerle ayuda. He perdido mi número de habitación, me dice Oé. No dice «he olvidado», sino «he perdido». No estoy seguro de si bromea. Podemos conseguirle otro número nuevo, sugiero manteniendo por si acaso la ambigüedad. Oé sonríe aliviado y saca de un bolsillo su bolígrafo rojo.