En estos días trabajo en Holanda, cuya puntualidad es tan intensa como su queso. Los canales parecen comunicarse entre sí el orden y también la voluntad: aquí han dominado el agua. La gente mantiene siempre una amabilidad extrema, como si hubiera sobrevivido tranquilamente a algo terrible que no se sabe bien qué es. O como si vencer al mar los hubiera curado de espanto. Cada vez que en un bar pido una cerveza belga, me dicen que no les queda y me ofrecen otra holandesa.