24 de octubre de 2010

Desconocidos

Qué conmovedor caminar. Qué profundo cruzarse con desconocidos. Paseo por Bilbao mientras llueve. Veo a una mujer obesa sosteniendo un paraguas anaranjado frente a la ría. El paraguas no la cubre, sus pies se están mojando. Ella mira la ría. Veo a un hombre sentado en un portal. Lleva puesto un traje viejo, una corbata amarillenta. Revisa los papeles de su portafolios como si no lloviera, como si no fuese domingo. Veo a un taxista dormido frente a un semáforo rojo, con la cabeza sobre el volante. Veo a una inmigrante en una cafetería. Con pañuelo en la cabeza, extremadamente delgada. Come galletas de manera brutal, triturando la masa, lamiéndose los dedos. Su silla está rodeada de migajas. Los demás la observamos con desaprobación. Cuando termina de devorar su merienda, se agacha a recoger con una servilleta todas las migajas, las deposita en su plato, lo lleva hasta la barra y se marcha, dejando su mesa inmaculada. Camino de nuevo, vuelvo a mi hotel. Me asomo al espejo. No reconozco a nadie.