Paso por La Haya, ciudad de leyes donde hace tiempo merecí una multa de tráfico. Visito la embajada argentina. A las puertas del edificio, coincido con un hombre despeinado que me mira con recelo. Ambos tocamos el timbre. Nos abren, entramos, nos reciben cordialmente. Al cabo de un rato advierto que aquel hombre no tenía concertada ninguna cita, mientras mis anfitriones advierten que tampoco había venido conmigo. Cortésmente alarmados, le preguntan qué se le ofrece. Sin inmutarse, el individuo declara: «Soy el hijo de Eva Perón». Se lo llevan de allí sonriendo, como si estuvieran acostumbrados. De inmediato recuerdo un cuento de Juan Forn, incluido en su libro Nadar de noche, que narra la historia de un falso ex combatiente de Malvinas que irrumpe en cierta embajada argentina, desencadenando una imprevista crisis política. Al volver al hotel, me entero de que el ex presidente Kirchner acaba de morir repentinamente. Todos los diarios lo cuentan. Al mismo tiempo, casi en secreto, ha muerto David Lagmanovich, maestro argentino de la micronarrativa. No somos nada. Ni siquiera breves.