Siempre práctico, Aristóteles distinguía entre oikonomikos y chrematisike. Lo económico se refería a la correcta administración de los bienes, necesaria para el funcionamiento de cualquier ciudad. Lo crematístico aludía a aquellos intercambios cuyo único objetivo era incrementar las ganancias. A quienes se dedicaban a esta última actividad, Aristóteles los llamaba parásitos. Y un parásito es lo último que muere.