Se abre la puerta del coche y, al meter la cabeza, me topo con Coetzee. Mi sobresalto es doble. Se trata de uno de los escritores que más admiro en el mundo. Pero además, lo confieso, no había leído el programa del festival e ignoraba que él estuviera invitado. Tomo asiento, nervioso. Coetzee estira un brazo y esboza lo que, considerando su legendaria sequedad, podría calificarse de media sonrisa. «I’m John», murmura, como si hiciese falta la aclaración. Comenzamos el trayecto en silencio. Más tarde intercambiamos unas cuantas frases aisladas sobre los aviones y los idiomas. Coetzee lleva un ejemplar italiano de Disgrace. Me extraña que la traducción se titule Vergogna. Aunque el título original incluya ese sentido (la vergüenza, la deshonra), así se pierde el matiz trascendente relacionado con la gracia. Reúno el valor suficiente para preguntarle algo que siempre he tenido curiosidad por saber de esa novela: si, a través de los diálogos, un lector nativo en inglés puede deducir que la joven alumna, como se muestra en la película, es negra. Esta cuestión, interpreto, parece crucial para todo lo que sucederá después en la novela. «That’s quite a philosophical question», me contesta Coetzee. No dice nada más en todo el viaje hasta que bajamos del coche.