Por razones históricas, los escritores hombres heredamos una laguna doble. Por un lado, nos cuesta construir personajes femeninos que superen los estereotipos culturales. Y por otro, inevitablemente, hemos leído a menos autoras. Nuestra visión del mundo queda así reducida a la confirmación de nuestro propio género. El conflicto de las escritoras, discriminaciones aparte, es de otra índole: desarrollan su identidad como mujeres mientras se educan en diversas perspectivas masculinas. Esta contradicción suele propiciar, a la fuerza, una mayor complejidad ideológica y psicológica. Lo cual no equivale en absoluto a una supuesta superioridad de la inteligencia femenina, tópico paternalista que suscribirían pocas mujeres inteligentes. Resulta injusto identificar la corrección política, que es acrítica por definición, con los difíciles avances que el feminismo ha logrado. La incorrección política funciona como resistencia frente a un pensamiento hegemónico. Pero la hegemonía en la cultura sigue siendo, en gran medida, patriarcal. Ciertos intelectuales encuentran cualquier discusión política más digna de interés que el feminismo. Quizá no adviertan que se trata de un pensamiento político de primer orden. Y que, a diferencia de otros, propone revoluciones que todavía no se han intentado. El tiempo envejecerá a esos machitos ilustrados como a los virreyes, los hidalgos o los arzobispos.
(Resumen del artículo en la revista Ñ, 11-06-2011. Leer texto completo...)