Dos noticias futboleras me hacen pensar en la patria, entelequia capaz de rebotar mucho más que una pelota. Tras el triste descenso de categoría, un grupo de hinchas de River plantea modificar la legendaria camiseta del club, para que sus colores no flameen allí donde el equipo ha caído. Mientras tanto el mejor futbolista del mundo, que ha vivido media vida en su Argentina natal y media vida en su España adoptiva, recibe el enésimo ataque nacionalista. Como la selección no le gana a Bolivia, para algunos el problema es que Messi no vocifera el himno patrio como debería. Sospechoso a priori, a Messi los esencialistas sólo le dejan dos opciones: sobreactuar su identidad o ser un traidor. En ambos casos, la idea de fondo consiste en negar la realidad, que muy a menudo incluye la hibridación, la mancha, las idas y vueltas. Tarde o temprano, una bandera pura es un gol en contra.