En varias ocasiones, siguiendo con la mayor atención el movimiento del 15-M, he escuchado a algunos de los jóvenes acampados declarar que no les importaba el resultado de las elecciones, porque sus objetivos políticos eran otros. Aunque la indiferencia electoral no era en absoluto unánime entre sus compañeros, me parece importante detenerse en ese argumento. En Granada, por ejemplo, varios acampados denuncian que el Ayuntamiento del PP (ampliamente reelegido el domingo) los ha obligado a retirar las lonas que los protegían y ha cortado el agua de las fuentes próximas. Semejantes maniobras de disuasión son tan burdas como innecesarias, pero, ¿resulta coherente indignarse por estas decisiones del Ayuntamiento, cuando previamente se ha subestimado la posibilidad de participar en las elecciones municipales? Si el sufragio no nos interesa, lo que hagan los candidatos electos tampoco debería inquietarnos. Y si admitimos que, nos gusten o no, las iniciativas de los políticos condicionan nuestra vida diaria, lo más razonable sería votar siempre y, por supuesto, seguir defendiendo nuestros derechos más allá de las urnas. Por mucho escepticismo que nos cause, o aunque a menudo esté contaminada, el agua de lo público nos moja a todos. Sería peligroso tirar esa toalla.