29 de marzo de 2013
Semana Santa o no tanto (y 2)
Si nos atenemos a la cuidadosa elección del nombre y a los significados de sus gestos, cabe deducir que Bergoglio es un hombre particularmente consciente del poder de los símbolos. Un Papa, en cierto modo, literario. No en vano alguna vez dio, según cuentan, clases de literatura. Quizá por eso mismo me inquieta su manejo de las metáforas y sus connotaciones. «Nuestra vida es un camino», fueron sus primeras declaraciones, «y cuando nos paramos la cosa no va». No estoy seguro de a qué paradas se refería. Pero creo que muchos agradecerían que el Vaticano se parase un momento a investigar los casos de pederastia internacional y corrupción financiera que ha tenido. Y que se detuviera a reflexionar por qué resultan tan frecuentes. El Pontífice poetizó también sobre la necesidad de edificar la Iglesia con «piedras fuertes», para que no le ocurra «lo que les sucede a los niños en la playa cuando hacen castillos de arena». Considerando el terrible expediente de abusos que continúan impunes, esta alusión veraniega a la infancia no me sonó precisamente oportuna. Sabemos que el Papa acudió a rezar a la basílica de Santa María en un Ford, vehículo menos lujoso que el que utilizaban sus antecesores, decisión que le granjeó fervorosos aplausos. Por desgracia, si para el resto del mundo el Ford puede ser un coche corriente, para los argentinos es además la marca de los célebres coches en que los militares acudían para secuestrar a los desaparecidos. Me cuesta entender que Bergoglio no recordara este detalle, de sobra conocido en la historia nacional, cuando eligió vehículo. O quizá se acordó perfectamente, y le pareció una sutil respuesta. La prosa del Pontífice está llena de recovecos. En eso no podemos negarle la maestría.