El joven Quino cumple ochenta. Mafalda algunos menos, aunque ya va teniendo edad de criar nietos de su edad. La modesta épica de clase media que ilustra (y parodia) la serie explica, en parte, su poder de identificación. Otra razón más narrativa se encuentra en su multiplicidad de registros. Mafalda finge ser la protagonista estelar, pero estructuralmente es un hilo conductor. Lo crucial no son tanto sus intervenciones como sus interlocutores. Aunque tenga vocación de cuento, sus variopintas amistades la obligan a novelizarse, y en esa ramificación de voces se vuelve irresistible. Como lector, que un personaje tenga siempre una respuesta trascendente para todo me produce una mezcla de admiración e irritación. A veces no saber qué pensar sobre la realidad resulta más expresivo que impartir aforismos morales. Por eso mis mayores simpatías fueron desde el principio para Felipe, existencialista tímido, conmovedor en sus búsquedas y sus dudas. También me atrae la impaciencia de Guille, su capacidad para reflexionar y, en el cuadro siguiente, patear una tortuga. Los diálogos de Mafalda son memorables. Pero el Quino que más me entusiasma es el de sus otros álbumes, el mudo. Ese que nos delata sin panfletos, desnudando nuestra ideología en elocuente silencio.
(resumen
del artículo publicado en Revista Ñ,
20-07-2012)