Vuelo al Amazonas, por extraño que me suene escribirlo. El viaje ha sido horrible, accidentado, disuasorio. Hasta que, por la ventanilla del avión, diviso esos ríos que son como planetas. Y más tarde, en Manaos, veo los rascacielos creciendo entre árboles rebeldes o viceversa. Entonces pienso que una epifanía bien vale un dolor de espalda. O que, sin cierto dolor físico, no hay epifanía que valga la pena.