Miro mi maleta. Ahí, en un rincón. Roja. Elíptica. El arte de cerrarla dependerá no tanto de lo que introduzca, como de todo aquello que me aventure a quitar. Un equipaje es mucho más que un lote de pertenencias: es, sobre todo, un conjunto de renuncias. Acomodo mis prendas en pequeñas bolsas de plástico. Camisetas sin aire. Calzoncillos que tienen algo de pañuelo deshonrado. Calcetines retraídos de tanto caminar. La ropa usada nunca parece la misma que nos habíamos puesto. Arrugo, aplasto, compacto lo que casi fue mi cuerpo en las bolsas, procurando adaptarlas a la forma exigente de la maleta. Cuando por fin consiga cerrarla, habrá una especie de misterio en su armonía. Su apariencia exterior será natural. Su método interior habrá sido la insistencia. Así viajan estas bolsas malolientes, inmaculadas, mías, de nadie. La ropa sucia, las palabras nuevas.